Mi relación con el Hell And Heaven Metal Fest (antes de ser Corona) comenzó
en 2014, cuando moría por asistir y al final me dejaron como novia de pueblo:
vestida, alborotada y con boleto en mano. Tras la cancelación recibí mi
reembolso y, siendo rencorosa, ya no quise ir a la nueva fecha.
En 2016 el festival regresó, con un cartel que
llamó mi atención y de nuevo con la promesa de traer a Twisted Sister (una de
mis bandas favoritas desde la infancia). Tuve un dilema que no es nuevo dentro
de la escena del Metal mexicano: “No quiero darle dinero a alguien que no ha
demostrado organizar sus negocios con sumo cuidado, pero si no apoyamos ¿cómo
podemos esperar que aprendan y crezcan?”. Al final, mis ganas de vivir la
experiencia y ver a Twisted Sister ganaron. Le di una nueva oportunidad a
quienes rompieron mi corazoncito en el pasado.
Con la mente abierta, no esperando nada en
particular (por si acaso), pero con un poco de esperanza inocente, llegué al
Autódromo Hermanos Rodríguez el sábado
23 de julio de 2016 a las 12 de la tarde. “Buena hora para ver a El Cuervo de
Poe que toca a la 1:20”, pensé. Pues no. La fila de acceso era larguísima; no
dejaba de crecer y retorcerse entre los puestos de parafernalia musical.
Resultó que había otra línea de personas confundidas que se anexó a la fila
original en un punto de la misma. En ningún momento apareció alguien a
ordenarnos, a decirnos qué hacer o por qué parecíamos nunca avanzar.
Durante todo el ingreso las filas fantasmas
decidían manifestarse de manera aleatoria. A veces tratábamos de ordenarnos y
otras más corríamos con la ilusión de entrar de inmediato al evento. Al fin
llegamos a la revisión de boletos y pertenencias. Entramos como cabras locas… a
las 2 de la tarde. Con todas mis fuerzas desee que esa terrible falla en la
organización fuera lo peor del día y no la primera bola de nieve de una trágica
avalancha.
Dentro del Hell and Heaven hubo mucho para ver,
como una pequeña ciudad metalera ajena a la rutina cotidiana. Tres escenarios
secundarios – New Blood, True Metal y Alternativo – en los que se presentaron
tanto bandas nacionales como internacionales, un mercado estilo Chopo, juegos
mecánicos, una villa vikinga (en la cual me la viví feliz ), zona de tatuajes,
combates de MMA, espectáculo de motocicletas e incluso una zona infantil con
juegos e inflables.
Por supuesto que las joyas de la corona de este
magno evento – organizado por Live Talent – fueron los escenarios Hell y
Heaven. Uno al lado del otro, separados por una pantalla principal enmarcada
por dos H’s gigantes, luminosas, con llamas digitales y crepitantes en su
interior. Encima de todo ello se encontraba la mascota del festival: el hombre
con los goggles que brillaron de rojo durante la noche y cuya máscara de gas
expelió humo. Cada escenario contó con una pantalla menor y ambos fueron los
terrenos de los headliners del cartel.
Bajo un sol abrasador, de esos que se sienten como
cientos de agujitas que pican la piel y provocan escalofríos, más de 80 mil
asistentes invadieron la Curva 4 del Autódromo, sedientos de Metal (y de agua,
porque sólo vendieron vasos pequeños que se acabaron más tarde) y a la espera
de ver a alguna o algunas de las 59
bandas que estuvieron presentes.
Es destacable que músicos mexicanos, como
Transmetal o Colectivo Suicida, tuvieron la oportunidad de tocar en los
escenarios principales y que éstos no se reservaron sólo a artistas
extranjeros. También fue una buena demostración de equidad que en los
escenarios alternos hubiera grupos tanto nacionales como internacionales. Tal
vez se trató de un esfuerzo pequeño, pero es rescatable. Los organizadores bien
pudieron no meter a mexicano alguno en el cartel, porque en redes sociales una
buena parte de metaleros dejó muy claro su desinterés en apoyar la escena
local.
Mi primer contacto con el escenario Heaven fue
durante la presentación de Transmetal. Con sus casi 30 años de trayectoria no
cabe duda que son uno de los grupos icónicos de nuestra tierra. Thrash Metal
potente y en tu cara: una bienvenida ideal para el día que comenzaba. Incluso
las personas que descansaban en el pasto o recorrían los alrededores no
pudieron evitar un ligero headbanging
involuntario.
Después de Transmetal caminé para conocer lo que
ofrecía el Hell and Heaven, y también para ver a Driven en el New Blood Stage.
La actuación de los rockeros de Driven fue satisfactoria. Mireya Mendoza es una
excelente front-woman que sabe cómo
moverse por el espacio, además de contar con un gran entrenamiento vocal ya que
además de cantante es actriz de doblaje (tengo una entrevista con ella aquí, por si les interesa conocer más de su trabajo).
Al terminar Driven, di más vueltas por el festival
(es decir, me quedé pasmada observando búhos y lechuzas en la villa vikinga) y
también aproveché para comer un poco ya que la maratón de bandas que encabezaron
el evento se acercaba.
No estoy segura de si el desfase en los horarios programados
empezó desde antes, pero Mushroomhead siguió tocando pasado su tiempo y
Dragonforce salió más tarde. Aunque ambos grupos tocaron en Hell cuando
Mushroomhead debía estar en Heaven. Tal vez algo técnico falló. Lo ignoro.
El primer grupo que vi en este vaivén entre los
escenarios estelares fue Dragonforce. Debo admitir que, a pesar de no ser de
mis favoritos, me entretuvieron bastante. Su música ahora se escucha más
natural y menos fabricada que antes. Claro, los solos rápidos y enloquecidos
son su marca todavía, pero ahora no se perciben en vivo como artistas
únicamente de estudio. Además de que en sus recurrentes sonrisas se notó que
disfrutaron su concierto.
Llegó la hora nórdica y con ella, Amon Amarth. Un
casco vikingo gigante con dos enormes cuernos adornó la escenografía. Amon Amarth
es una banda fuerte, brutal, de las que llegan y conquistan, pero la humildad y
gratitud tanto de Johan Hegg como del resto de la alineación fueron los
guerreros más valiosos de la batalla. El esfuerzo por hablar en español y
brindar con sus cuernos llenos de cerveza por todos los presentes fueron los
detalles que, junto con su épica propuesta musical, terminaron de enganchar a
sus seguidores.
A continuación, Epica arribó con su sinfónico
repertorio. Confieso que sólo escuché las primeras dos canciones porque me salí
del tumulto general para ir al baño y conseguir agua. Al regresar sólo escuché
el último tema, cuando Simone Simons preguntó si queríamos escuchar más. Un
señor cerca de mí gritó: “¡Sólo quiero más de ti, mi amor!”. A veces me
preguntó cuántas personas sí son fans de Epica y cuántos sólo van a ver Simone
(que sí es hermosa, pero ese no es el punto). Lo que sí es que fue lamentable
que el audio de su micrófono estuviera defectuoso y su voz apenas podía
apreciarse.
Alrededor de las 9 de la noche se avecinó aquella
presencia impredecible: la lluvia. Los días anteriores había diluviado y desde
temprano se vendieron impermeables. Las nubes grises se vislumbraban a lo
lejos, se pasearon sobre el festival, pero no se dejaron caer. Hasta ese
momento. Una ligera llovizna recibió a Ghost con su misa negra precedida por el
papa Emeritus III. El agua sólo duro una canción.
Aunque cuando conocí a Ghost no tuve un amor a
primera nota, pienso que traen una propuesta original, creativa y diferente al
rumbo general que ha tomado el Metal contemporáneo. He escuchado/leído personas
que consideran a Ghost de flojera por según verse más rudos de lo que tocan y
porque su música es más bien lenta. Desacreditar a unos artistas sólo por ser
Doom– y ellos no se deslindan de él – es
una aseveración bien subjetiva y un tanto ilógica. En fin. Su show me
entretuvo, incluso me divirtió porque Emeritus III es bastante carismático (con
su adorable acento de quién sabe de dónde) al dirigirse al público, como cuando
explicó que les gusta terminar siempre con la misma canción porque ellos lo
consideran como un orgasmo. Su concierto me dejó con ganas de investigarlos
más. Y me emocionó que la gente a mi alrededor cantara tanto y tan fuerte.
A Five Finger Death Punch no los vi porque corrí
al True Metal Stage a alcanzar lo que pudiera del setlist de de Ensiferum (el retraso en los horarios del Hell y el
Heaven le dieron en la torre a mi plan). Vi la mitad de su última canción.
Esperé unos momentos para tan siquiera ver salir a Behemoth, pero los minutos
avanzaban así como mi ansiedad, así que mejor me regresé corriendo al Heaven
Stage.
A continuación, mi colapso emocional: Twisted
fucking Sister. Fue su última presentación en México como parte de su gira de
despedida Forty and Fuck It. Haciendo
burlona referencia a Scorpions, Judas Priest y Ozzy Osbourne, Dee Snider
aseguró que éste sí era el final definitivo. A pesar de ser un adiós breve al
ser parte de un festival y no un concierto propio, no se trató de un
acontecimiento menos significativo. De hecho así más individuos tuvieron la
oportunidad de estar presentes.
Dee arrasó con su inigualable energía y tonificado
cuerpo que no parecen pertenecerle a alguien de 61 años. Con sus más grandes
éxitos “I wanna rock” y “We’re not gonna take it” el público coreó esos himnos que
le pertenecen tanto a esta comunidad de exiliados incomprendidos. Incluso
entonaron la ridícula versión de “huevos con aceite”, tan popular en México.
Fue la cosa más absurda e hilarante que he presenciado en un show. Le dedicaron
“The price” a quienes nos abandonaron este año: su baterista AJ Pero, Jimmy
Bain y Lemmy Kilmister. También interpretaron “S.M.F.” para sus sick
motherfuckers mexicanos. Sólo duró poco más de una hora, pero fue conciso,
enérgico y significativo. Una gran despedida para una de las piezas claves en
la historia del Rock.
Y aterrizó el momento que la gran mayoría de los
asistentes esperaron. La banda que animó a muchos a adquirir sus boletos del
Fest incluso conociendo sólo a un integrante del cartel: Rammstein. Para esas
horas de la madrugada – como 12 y tanto – mis piernas ya no soportaban la jornada
de medio día parada y de aquí para allá, así que decidí replegarme en busca de
pasto, cemento, piedras o lo que me sirviera de asiento. La multitud que debí
cruzar para ello fue inmensa. Hombres, mujeres y niños reunidos para ver al
grande alemán. Sentí admiración al percatarme del talento y singularidad que
debes exudar para ser conocido en todo el mundo cantando en otro idioma que no
sea inglés. Aún cruzando el mar, la gente se aprende sus canciones. Eso es asombroso.
El espectáculo de Rammstein, como era de
esperarse, tuvo una producción increíble. Estupenda para alimentar a la vista.
Pirotecnia, fuego, maquillaje, vestuarios, fuego, la inconfundible teatralidad
de Till Lindemann, más fuego e incluso el tecladista corrió en una caminadora
mientras tocaba. Mucho que mirar a cada minuto. Ni qué decir de cuando empezó “Engel”
y la gente silbó mientras Till descendía desde las alturas del escenario con un
par de alas a su espalda.
Fue sobrecogedor escuchar a miles de mexicanos
cantar en alemán. Rammstein tuvo dos encores:
uno con “Sonne”, “Amerika” y “Engel”, y un último con “Te quiero puta!”, tema
que no han interpretado desde 2011.
Más o menos a las dos de la mañana terminó el
Corona Hell And Heaven 2016 con una demostración de fuegos artificiales, como
diciendo: “¡Siii! ¡Lo logramos!”.
A pesar de las fallas en cuestiones técnicas y de organización,
el festival como experiencia al público pasó la prueba. Por lo que viví, he
leído y me han platicado, el Hell And Heaven mejoró en comparación con sus
ediciones anteriores. Considero que es importante apoyar, pero también
retroalimentar y exigir (de manera realista y prudente, claro). Esperemos que nuestro
primer festival de Metal a gran escala tome en cuenta sus errores, mejore y se
convierta en un evento reconocido por su calidad y entretenimiento.
Ahora ya no me va a causar tantas dudas asistir en
el futuro.
Si llegaste hasta aquí, ¡muchísimas gracias por tu
tiempo! Esto fue lo más “breve” que pude ser con 14 horas de material, jajaja.
Pero espero ésta crónica/reseña haya sido de tu agrado.
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