Hoy quiero compartirles algo un poco diferente porque no tiene nada que ver con música que es lo que suelo poner aquí. Esta vez quiero compartirles un cuento que escribí para la categoría de Letras Muertas en el XVI Festival Universitario de Día de Muertos "50 años sin Remedios Varo", el cual recibió mención honorífica el día de ayer. Y estoy todavía más contenta porque nos dijeron que todos los trabajos ganadores serán plasmados en un libro que será presentado en la Feria del Libro en el Palacio de Minería.
Estoy que exploto de alegría porque sería la primera vez que un trabajo mío se publica en impreso. :D
(Exceptuando esas historias que nos hacían escribir en la primaria que salían en un librito que tenías que ir a recoger a una conferencia en la que trataban de venderte enciclopedias, ¿alguien se acuerda de eso? Jajaja.)
Espero les guste. c:
(Por cierto, derechos reservados de la UNAM. No sé si deba poner eso pero, supongo que no está de más. xD)
La muerte de la muerte
por Pandora (Lilian Pérez)
Era un día frío. Muchos años después de los tiempos de
los gasolinazos mensuales y los plantones en Reforma. En una modesta salita,
con sólo una ventana y un sillón retapizado varias veces, se encontraba la
muerte.
Sentada en flor de loto, tapada con su túnica raída y con
su guadaña recostada a su lado, se encontraba disfrutando de un té. Ella no
tomaba té, de hecho ni siquiera tenía la necesidad de comer o tomar algo, pero
el hecho de sostener la taza caliente entre sus delgados dedos le transmitía
una sensación reconfortante. O al menos eso siempre le pareció que se sentía
cuando veía a los humanos hacer lo mismo. Si ni sabía lo que era el calor
tampoco.
Estaba tratando de recordar una canción cuyos primeros
cuatro segundos no podía sacarse de la cabeza cuando el sonido de una voz la
sobresaltó.
- ¿Señora muerte? – resonó dentro de su cráneo.
- Este… ¿sí? – respondió la muerte confundida. En su sala
nadie hablaba. Es más, nadie le hablaba nunca. Y la guadaña se encontraba en un
sueño tan profundo que era imposible que se tratase de ella.
- Hola, buena noche. Disculpe la intromisión pero,
necesito hablar con usted.
- ¿Conmigo? Pero… ¿se puede saber quién me busca?
- La Muerte.
La muerte – la primera – se quedó muda, y ella creyó que
sorda. “¿Qué? ¿La Muerte?” ¡Pero si ella
era la mismísima muerte! ¿O acaso era su consciencia quien le hablaba? No. Ella
nunca se refería a sí misma en tercera persona.
- ¿Cómo, perdón? – dudó la huesuda.
- Que soy La Muerte. Y necesito hablar contigo.
- … ¿Ajá? - ¿O estará soñando? No, qué va. Si ella ni
dormía. Ni siquiera ojos o párpados tenía para poder cerrarlos.
- Perdona la molestia, y la confusión. Verás que yo nunca
imaginé que me vería en la necesidad de presentarme contigo. Y menos en estas
circunstancias.
- ¿Qué? ¿Por qué? ¿Cuáles circunstancias?
- No sé cómo vayas a tomarlo, pero es que tus servicios
ya no son requeridos aquí en la Tierra.
- ¡¿Perdón?! – La muerte se levantó indignada – No sé
quién te creas que eres, pero yo ¡soy la muerte! Despojadora de vidas y sueños,
ladrona de alientos, justiciera de la existencia. ¡Y ninguna misteriosa voz va
a venir aquí, a mí propia casa (¡pero qué descaro!), a decirme que mis
servicios ya no son necesarios! ¡Semejante burrada! ¿Qué sería del mundo con
tanto niño llegando y sin nadie que les enseñe la salida a los ancianos?
- Comprendo tu confusión. Pero debo decirte que aquella
muerte de la que te refieres, soy yo. No tú.
La muerte, perdiendo la cordura y la paciencia, agitaba
sus brazos mientras trataba de articular algún reproche, un insulto cuando
menos.
- Te explico. Tú no eres La Muerte. Sólo eres la muerte
ante los ojos de los humanos. Ellos me imaginan a mí, la verdadera Muerte, así
como te ves tú ahora. Como un esqueleto encapuchado.
La muerte se enfureció aún más. Decir que sólo era un
esqueleto en capucha era… Bueno, técnicamente sí lo era. Pero decirlo así sin
más ni más, como si no fuera de por sí asombroso que un extraordinario ser como
ella pudiera existir… Qué grosería. Y luego en su propia casa.
- Y debes admitirlo. Los tiempos han cambiado. Hay gente
que te ve como una mujer, o como una bocanada de humo de cigarro, o como un
trago más cuando se es conductor designado, o como la carne de puerco. Ya ni
siquiera en las culturas en donde te representaban así como luces en este
momento te siguen percibiendo de la misma manera. Los años de tu apogeo ya se
distinguen lejos en la distancia.
La muerte seguía enojada. Si tuviera piel, estaría
enrojecida. Miraba hacia el techo con ojos de puchero. No sabía por qué veía el
techo, si la voz sonaba dentro de su cráneo. Pero es que tenía la sensación de
que conversaba con algo que se encontraba más arriba que ella.
- ¿Y? Si eso fuera cierto (aunque ella sabía que sí lo
era), ¿qué? ¿Ahora la gente ya no se va a morir porque ya no me ven así o qué?
Tienes la cabeza llena de incongruencias, lo juro.
- No, es obvio que la gente tiene que seguir muriendo.
Pero he tomado la decisión de que ya no es necesario que sigas haciendo mi
trabajo en representación mía. Así que, tú también deberás morir.
“¡La muerte muerta! ¡Háganme el bendito favor! Esta
estúpida voz no deja de decir sandeces”, gritaba la muerte hacia sus adentros. “¡Y
en mi propia casa!”
- ¡Que la muerte se muera! ¡Ándale! ¡Y mañana a la vida
se le van a raspar las rodillas o le va a picar un mosquito en el dedo!
- Entiendo tu impresión. Pero verás, los conceptos, lo
intangible, es algo inmortal; inmutable. La Muerte no desaparecerá nunca. Pero
tú, tú eres una imagen, una representación mía. Las representaciones cambian,
desaparecen. No son eternas.
La muerte no sabía ni por dónde defenderse.
- Ajá pues… ¿Y qué se supone que haga entonces? ¿Eh?
¿Retirarme e ir reservando mi lugar en un crucero al Caribe?
- Pues lo que decidas hacer con tu tiempo ahora no es de
mi incumbencia.
La Muerte se escuchaba decidida e incorruptible. A la
muerte le empezó a dar miedo. O lo que ella suponía que era el miedo. La muerte
nunca había sentido temor.
- … Entonces… ¿En serio hablas en serio? – Una parte de
ella deseaba seguir creyendo que todo esto seguía siendo una mala broma o una
bola de idioteces.
- Sí. – Contestó fríamente La Muerte.
- Y… ¿Y qué se supone que pasará conmigo ahora? ¿Me iré?
¿Cuándo me iré?
- No lo sé. Es imposible saberlo. Existencias como la
tuya desaparecen en el último instante en el cual alguien se acuerda de ti.
- Entonces… ¿me tomará desprevenida? ¿Al igual que a los
humanos?
- Exacto.
La muerte se sentó con lentitud en el suelo. Su guadaña
seguía durmiendo. La noticia le iba a caer en la punta del pie.
La muerte se abrazó las piernas. Nunca se había sentido
tan pequeña. Tan frágil.
Tan muerta.
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