El gran dilema: ¿quiero ser la primera para demostrar mi compromiso o la
última para que — tal vez — me recuerden por más tiempo? Fue mi primer hi-touch
y fue en especial significativo porque fue mi concierto número 50 y Monsta X es
el único grupo de k-pop que sí sigo desde que debutaron.
Todo comenzó (yendo muy, muy atrás en la historia) cuando Gaby me enseñó
mi primer video coreano ("Bonamana" de Super Junior) y cuando Laura
me lavó el cerebro con SHINee. Luego llegaron VIXX, Monsta X y NCT en ese orden
para demostrarme que sólo existen dos tipos de personas: a quienes no les
interesa este género y quienes perdimos nuestra alma hace mucho tiempo.
Así fue como terminé en la siguiente situación. 11:50 de la mañana,
viendo la cuenta regresiva en Ticketmaster. A mediodía comenzaba la venta de
boletos para la tercera presentación en solitario de Monsta en México. Desde
que anunciaron el evento, mi cartera ya sabía lo que le esperaba. Hasta metió
las manos antes de caerse siquiera.
Sabía que no sería fácil. En dos años el grupo creció como ni ellos
imaginaron y el Teatro Metropólitan auguraba quedarles corto. Eso terminé de
comprobarlo cuando dieron las 12 en punto, cargó el mapa interactivo y me
apareció que la mitad de los boletos VIP ya los habían apañado. Además de estar
en las primeras filas, éstos incluían un hi-touch. Es decir, la experiencia de "chocar los
5" con los cantantes.
Daba clic, ¡pum! Me ganaron ese asiento. Daba clic, ¡pum! Este también.
Hasta poner el captcha me quitaba tiempo valioso. Cuando el sistema se saturó y ofreció
darme el mejor lugar disponible, me arrojó un boleto dos secciones más atrás.
«Pues ya, agarra el próximo que te salga o de plano no irás». Eso me dije, pero
le jugué al valiente y lo intenté de nuevo. Nada. «Ahora sí, el que salga te lo
quedas».
Estaba resignada, así que ahora sí me hice caso de aferrarme a lo que
llegara a mí. Entonces salió un resultado, le iba a dar "continuar"
casi sin ver qué me había tocado y de reojo vi el precio que me marcaba. Era un
VIP. «¿PERO QUÉ?» Terminé mi compra como si alguien me persiguiera con una
antorcha para quitarme mi tesoro.
Cuando la página me felicitó por adquirir mi boleto, comencé a temblar.
Noté las manchas de sudor bajo mis axilas y me dio un poco de pena (no por el
sudor, sino por mis nervios descontrolados). Pero recordé que todos estamos
medio enloquecidos por algo, que iba a tener a Wonho de frente y mejor me puse
a brincar por toda la sala.
Y así fue como llegamos a esta fila. Al final me decidí por tratar de
ser de las últimas, pero claramente no hice un buen trabajo porque muchas
personas arribaron después de la hora que marcaba el itinerario y terminé como
en la mitad de la línea.
Lo bueno fue que al llegar antes de tiempo pude ver a todas las chicas
que llegaron disfrazadas como los miembros en sus diferentes videos musicales.
Fue uno de esos hermosos momentos en donde "las niñas raras éstas"
fuimos mayoría y ahora los normales se volvieron raros (yo también fui
maquillada como mi favorito en una de las presentaciones del último sencillo).
La espera se hizo tan eterna que dio el tiempo suficiente para morir de
nervios, tranquilizarse, sudar de nuevo y volver a calmarse. Todo mientras
comprabas sin control photocards de los miembros y gritabas por dentro porque
en un par de horas los conocerías en persona.
Los tres pasos que avanzaba la fila hacían que se te fuera el estómago
hasta las rodillas, pero luego pasabas 20 minutos más sin moverte y tu
esperanza se acaba más rápido que el Starbucks de Hyungwon. Cada cierto tiempo,
revisabas tu rostro en el espejo para comprobar que seguías peinada y que aún
no te comías el resto de tu labial.
De repente, la línea comenzó a avanzar rápido, casi sin detenerse. Medio
mundo lanzó un grito ahogado y corrió mientras guardaban sus pertenencias,
sacaban sus boletos y entraban en pánico. Alguien detrás de mí gritó: «¡No!
¡Esperen! ¡No estoy lista!»; me sentía igual.
Mi corazón golpeaba mis costillas mientras la de seguridad le ponía una
marca negra a mi boleto. Un grupo de fans junto a la puerta nos gritó con
emoción, lo que nos hizo caer aún más en cuenta de lo que estaba a punto de
suceder. «¡Los van a conoceeer! ¡Aaahh!».
Entré al Metropólitan sin tener ni idea de lo que pasaba. Por el cuello
de botella que se hizo en la puerta, la fila al interior estaba dispersa y
todos corrían para alcanzar al de adelante. Un guardia nos gritaba que nos
apuráramos y yo seguía peléandome con mi chamarra que no se quería meter en mi
mochila.
Subí a toda prisa las escaleras y alcancé a ver que en el segundo piso
habían colocado unas mamparas y asumí que por ahí estarían acomodados. La chica
delante de mí se volteó a verme y nos observamos con cara de "AAAHHH".
Sentí un nudo en todo el cuerpo. Apenas metía mi celular en mi bolsa cuando una
sonriente miembro del staff me dijo: «Es con la izquierda. Levanten la mano
izquierda».
Entré en un breve momento de confusión. «¿Con la izquierda? ¿Qué no
había visto en videos clandestinos (está prohibido grabar durante los hi-touch)
que avanzaban del lado derecho? Espera, ¿o sea que sólo vamos a poder darles
una mano y no las dos?» Pensé mucho en dos segundos mientras levantaba la cara
y volteaba hacia el lado izquierdo. Apenas unos tres escalones más arriba, mire
a Joohoney de costado.
Yo no digo groserías, pero casi puedo jurar que se me salió un «no
mames» en forma de susurro. Me colgué bien la mochila y terminé de subir las
escaleras. También podría jurar que no respiré desde que llegué al segundo piso
hasta que bajé con las piernas hechas gelatina.
A continuación, mi cerebro se puso en ese modo de: «sabes lo que estás
pensando, pero no vas a terminar de formular las oraciones completas en tu
mente PORQUE NO HAY TIEMPO PORQUE VAMOS A COLAPSAR». Así que aquí trataré de
darle forma a mis apresuradas ideas.
Le di un brevísimo vistazo al lugar. «No parecen de verdad, se ven más
irreales que en Internet. ¿Cómo es eso posible?». Aún me cuesta trabajo hacerme
a la idea de que en verdad estaban ahí parados, con esas caras que tanto he
visto en videos, fotos, transmisiones en vivo y memes. «Están más guapos en
vivo, parecen esculturas. ¿Cómo? ¿Qué?».
Como dije, el primero fue Joohoney, quien en ningún momento quitó su
tierna sonrisa. «No vas a tener tiempo de decir NADA, mira cuánto nos apuran
los organizadores; sólo di 'hola' en cualquier idioma y trata de verte
agradable». Lo único que alcancé a decirle fue: «Hi!» mientras una sonrisota se
adueñaba de mi cara, y eso fue lo que le repetí a todos.
Por un momento me sentí como si saludara a un grupo de viejos amigos.
Sí, sé que decir eso es una cursilería típica de alguien que está en medio de
la pubertad. Pero no es mi culpa que seamos la primera generación que
"convive" tanto de forma digital con nuestros artistas favoritos.
Estoy segura de que he visto más sus caras que las de algunos ex-compañeros de
la escuela (y que sé más datos irrelevantes sobre ellos).
No sabría cómo explicarlo, pero todos me transmitieron la misma vibra
que me dan en su contenido en línea, a pesar de que los tuve de frente apenas
un instante. Cuando saludé a Kihyun, me respondió agachando un poco la cabeza,
casi de forma solemne. En mis sueños guajiros imaginaba que me dirían algo de
vuelta, pero sabía que no lo harían. Con que reconocieran mi existencia, me
daba por bien servida.
Hyungwon estaba serio (qué raro) y tenía un
gesto como de que preferiría estar en su cama. Justo como esperaba que fuera.
Creo que a él le apreté un poco la mano. Creo. De nuevo, mis recuerdos siguen
aturdidos. Minhyuk me dio mucha emoción, él siempre tan alegre y en la "vida
real" se veía igual, así que sentí que debía responder con la misma
energía.
IM también estaba serio, pero con una pequeña sonrisa característica de él. En ese instante pensé: «Pon atención, a Wonho si o SÍ le tienes que decir algo, cualquier cosa, que NO se te pase por el shock». Aquí es donde debo confesar algo terrible. Por mirar hacia adelante y verlo tan cerca, no le presté mucha atención a Shownu. Sé que le di la mano, pero no recuerdo su cara, ni si me respondió al saludarlo (me duele admitirlo, porque es el favorito de mi mamá).
Eso mismo le pasó a una amiga — Anggy — cuando los vio en Monterrey.
Sólo que ella se paró frente a Shownu y se le olvidaron casi todos los demás.
Para mi buena fortuna, Wonho fue el último, así que los daños no fueron tan
graves (tan). Lo curioso es que lo mismo le sucedió a otras chicas con las
cuales hablé en Facebook días después del concierto. Deberíamos hacer un
estudio de caso al respecto.
Wonho estaba muy serio, con una mínima sonrisa en los labios; vestido de
negro, manga larga y un escote en V (porque por supuesto). Es el único que
recuerdo qué traía puesto. A él sí le apreté un poco la mano a propósito y es
probable que mi voz saliera más gritada de lo que planeaba, pero ya qué. «I
love you!», le dije, a lo que el respondió cerrando un poco sus ojos y
asintiendo levemente. Nunca había sentido tantas ganas de llorar por algo tan
"irrelevante".
Lo que en realidad quise decir con mi escueta declaración de amor era:
«Sé que en la industria muchos te reconocen por el tamaño de tus bíceps, pero
en verdad espero que pronto todos te aplaudan como el apasionado vocalista,
bailarín y compositor que eres. Además, me fascina el contraste de que seas un
hombre enamorado del gimnasio y de tomar proteína, pero que no teme llorar
frente a las cámaras siempre que agradece el apoyo de sus fans. Gracias por ser
tan humilde, te amo forever».
Es probable que necesitara una media hora para que mis ideas salieran
con dos miligramos de congruencia, y lo que menos tenía en ese instante era
tiempo. Así que me resignaré con desahogar aquí mis ñoñerías, como si fuera
la última página de un cuaderno de matemáticas en una clase en la cual no estoy
poniendo atención.
Y eso fue todo. Un par de pasos más adelante todo había terminado y los
VIP bajamos las escaleras, apurados, tal y como las subimos. Estaba temblando,
o tal vez todos temblamos tanto que provocamos un mini sismo. Comencé a
hiperventilar y sentí cómo las lágrimas de acumulaban en mis ojos. En total,
todo duró unos 10 o 15 segundos.
Después de tomar con torpeza el póster que también era parte del
beneficio, volvimos a salir del teatro para volvernos a formar (para que nos
volviera a meter). Éramos un coro de gente diciendo «güeeey» y el nombre de
nuestros respectivos favoritos en una emocional melodía de quejidos. La nariz
no dejaba de chorrearme y abría mucho los ojos en un intento de que las
lágrimas regresaran por donde vinieron y no arruinaran mi maquillaje. Estaba muerta de alegría y
de tristeza al mismo tiempo, porque el día al fin había llegado, pero en un par
de horas terminaría (y tendría que lavarme mi mano).
El papá de una joven delante de mí se acercó a ella para preguntarle:
«¿Y dónde está la foto?». La conversación siguió más o menos así: «¿Cuál foto?»
«¿No les tomaron foto con ellos?» «No» «¿Entonces los grabaron?» «No» «¿De
menos les dijiste algo o contestaron preguntas?» «No» «¿Entonces tanto pagar
sólo para verlos?» «Pues sí». Así es, señor. En nuestra cabeza, ese
razonamiento sí tiene sentido.
Sé que estoy mucho más cerca de los 30 que de los 15, lo cual hizo que
en algunos instantes me sintiera un poco ridícula. Ya saben, porque cuando te
conviertes en un adulto que paga impuestos la sociedad espera que ya no llores como adolescente
por una boyband que ni te conoce. Pero en mi defensa: 1) en verdad los admiro y
respeto como personas y 2) lo que diga la sociedad me vale.
Parece ser que la madurez, el título de licenciada y las quejas contra
el sistema neoliberal y el patriarcado no me han quitado lo fangirl. ¿Pues qué
se le va a hacer?
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