Sábado 28 de febrero de 2015.
Pepsi Center. 15:00 horas. Temperatura: 32° (según el metrobús). El sol: a toda
potencia. Los números de plumón sobre las muñecas de los chavos llegan al 180 y
tantos, más los que acabamos de llegar.
Entre los
comentarios escuchados en el proceso de amistosidad casual que se genera en las
esperas eternas, me entero que hay personas que están ahí desde las 6 de la
mañana. Creo escuchar que alguien dijo desde las 5.
Playeras,
collares y sudaderas me comprueban que los ahí presentes somos hijos de la
adolescencia “emo”: My Chemical Romance, Fall Out Boy, Tokio Hotel. Ahora, a
varios de ellos les gusta Bring Me The Horizon y Black Veil Brides.
En su mayoría
somos mujeres, y mujeres… ¿cómo nos dicen luego? “Verticalmente desafiadas”. (“¡Sí!
Al fin un concierto en el que podré ver algo”, confieso que pensé.) De ambos
géneros vamos con vestimentas del negro al rosa – y atravesando toda una gama
de colores cabelludos –. Me sentí vieja al caer en cuenta que, al menos en la
pequeña muestra en la cual conviví, todos comentaron a qué carrera acaban de
entrar o a cuál universidad se quieren ir. Y yo, repensando cómo planeo
titularme.
Mientras
desplegamos nuestros picnics improvisados con comida de tiendas de autoservicio
(ya después recorriendo la fila, hasta el cadáver de un pollo rostizado
encontramos), nuestros oídos fueron sorprendidos. De la nada, llegó hasta la
fila la voz de Brendon Urie en la prueba de audio: “If you love me let me gooo!”.
Todos gritaron y corrieron a pegar las orejas en las puertas de cristal del
Pepsi. Esto también nos chismeó que tocarían Vegas Lights. La mayor de las sorpresas fue escuchar el ensayo de Bohemian Rhapsody de Queen. El corazón
se me hizo chiquitito.
Después,
nosotros nos convertimos en el entretenimiento. A eso de las 5 de la tarde nos
pusieron a todos de pie y dieron las indicaciones de “boleto en mano y
prohibida la entrada tanto con cámaras como con alimentos”. Nos zambutimos la
boca con todo lo que traíamos. Las galletas fueron compartidas y la bolsa de
Doritos circuló por todos lados con tal de que ya se acabara.
Y todo para
nada, porque igual nos mantuvieron ahí afuera como otra hora más. El hombre detrás
del altavoz contenía la risa cada 15 minutos que daba las mismas instrucciones
a las que los hartos enfilados contestaban con un desesperado “¡Ya lo
sabemooos!”.
El personal de
seguridad en el acceso tampoco quiso quedarse atrás, así que les parecía
gracioso acercarse a las puertas como si ya las fueran a abrir, para después
alejarse y decirnos que “aún no” con el dedo. No supimos si reír o llorar, pero
le echamos porras al poli para ver si accedía a liberarnos de nuestro
sufrimiento.
La felicidad
finalmente llegó como a las 6:15. En la entrada, un par de altísimas y delgadas
edecanes regalaron bolsitas de Doritos Nacho. A mí me pareció un truco para que
nos diera más sed de la que ya traíamos para terminar comprando algo de beber
ahí dentro… porque eso fue exactamente lo que sucedió más tarde.
De manera casi
imperceptible, la masa de humanitos se fue compactando cada vez más y más. Sin
notarlo, ya estábamos todos pegados, acalorados y como dos metros más cerca del
escenario.
Desde la primera
fila apareció un globo azul para distraer la ansiosa desesperación de los
apretujados. Después, brotó otro par de globos. Fue uno de esos extraños
momentos de comunión entre desconocidos en el que las demandas de las personas
de atrás – exigiendo que les aventaran el globo para allá – provocaron risas
colectivas.
Cuando a eso
de las 7 y algo salió La Vida Bohème a telonear, el ambiente se animó más, al principio
como para seguirle la corriente al eufórico vocalista y guitarro principal.
Debo confesar que han sido pocas las veces en las cuales una banda que abre me
ha impactado (digo, me tocó ver a Moderatto en 2010 con Bon Jovi), pero en esta
ocasión resultó totalmente acertada la elección de teloneros. La marea de
General A terminó saltando y – según nosotros – coreando al ritmo de su
prendido Indie Rock. La Vida Bohème
llegó en un “¿cómo dicen que se llaman?” y se retiró con la impresión de “no
pues sí están chidos, ¿eh?”.
Dentro del
vaso mezclador se agregó el licor de la desesperación por ver a los ídolos de
la pubertad más el jugo de la emoción rítmica acrecentada por La Vida Bohème.
El resultado fue un cóctel de empujones masivos (provenientes, creímos, de
aquellos que no llegaron temprano y buscaron acercarse más al escenario así, a
la viva México). Y la flama que terminó por encender el tan anhelado trago, fue
el momento en el que se apagaron las luces y entró Panic! at the Disco con Vegas Lights.
Los saltos,
los alaridos y la emoción (de todos y mía) fueron abrumadores. Luché entre
empujones y brazos que volaban para poder contemplar al fin tan cerca a el
amor de mi vida mi músico favorito, Brendon Urie. Pero no todo pudo ser miel
sobre hojuelas. Nunca me habían masacrado tanto en un concierto, ni siquiera
cuando me aferré con mi vida a la valla para ver a Anthrax de frente. Todavía
en Time to Dance y The Ballad of Mona Lisa no podía ver, ni
cantar, ni respirar, ni sentir bien fijo el suelo bajo mis pies. Con todo el
dolor de mi corazón decidí replegarme hacia un lugar en el cual el ímpetu de
los más jóvenes no me sacara a golpes el aire de los pulmones.
Llegué a un
lugar seguro justo a tiempo para The Only
Difference Between Martyrdom is Press Coverage: la primera canción de su
primer álbum, en la cual prometieron sacudirnos mientras prometiéramos
escucharlos. Después, Let’s Kill Tonight
reafirmó mi agradecimiento hacia mis pies que me sirvieron bien al salir de ese
infierno en el cual me encontraba al inicio del show. (Si disculpan mis malas bromas de fan, o hasta les parecen simpáticas, me harán la niña más feliz
del mundo.) Una gloriosa mujer que vendía refrescos apareció frente a mí como
enviada por ángeles. Le compré un vaso de a litro de Fanta y no supe en qué
momento se terminó.
Panic! nunca
deja en el olvido a alguno de sus bebés; hubo representantes de sus cuatro
discos. Girls/Girls/Boys, del más
nuevo Too Weird to Live, Too Rare to Die!;
Ready To Go (Get Me Ouf My Mind) de Vices & Virtues; Nicotine, igual del más reciente; New Perspective de la banda sonora de la
película Jennifer’s Body (película
que ni vi, pero canción que me marcó con profunda profundidad); But It’s Better If You Do de A Fever You Can’t Sweat Out… Viéndolo en
retrospectiva, de Pretty. Odd. sólo tocaron
Nine In The Afternoon. Tal vez les
traiga malos recuerdos de esa época en la que Panic! se vio dividido en dos y
el futuro de la agrupación se percibía incierto.
Casual Affair fue la menos coreada y se
sintió como un brevísimo descanso a mitad de concierto. En Miss Jackson, cerca del final, hicieron su típica pausa dramática
para que Brendon realizara su esperado mortal hacia atrás. “¿Crees que alguna
vez no haya aterrizado bien haciendo eso?”, le preguntó la mujer junto a mí a
su pareja. “Supongo que sí”, contestó él. “Espero que no”, pensé yo.
“Is this the
real life, is this just fantasy?”; el corazón se me volvió a hacer todavía más
chiquito. Bohemian Rhapsody es de
esas canciones que todo mundo conoce aunque ni sepan cómo se llama, y que a
todos les llega. Panic! tiene el hábito de tocar covers de Rock clásico en
sus presentaciones, cualidad que a mis ojos los hace ver todavía más perfectos.
La verdad, yo no esperaba que fueran a tocar la Rapsodia (claro, eso antes de
escucharla en la prueba de sonido), pero en cuanto empezó le marqué a mi papá,
el público tuvo un instante muy emotivo, y no le colgué hasta el último “Anyway
the wind blows”. Mi papá es admirador de Queen, y si no fuera por su melomanía,
probablemente yo no hubiera estado ahí en ese momento.
Para no darle
tregua a nuestras emociones, siguieron con Lying
Is The Most Fun a Girl Can Have Without Taking Her Clothes Off. Nuestros
adolescentes corazones latieron rápido, rápido. Brendon es una persona de pocas
palabras, al menos en concierto. Sólo alguna que otra vez se detuvo para agradecer
nuestra presencia y enloquecido apoyo. Pero no hubo recompensa más cálida que
ver su sonrisa cada vez que le prestó el micrófono al público y que el Pepsi le
respondió cantando a la perfección sus canciones.
Siguió la
romántica Collar Full (puse a mi
novio al teléfono, insegura de si reconocería de qué canción se trataba) y “terminaron”
con la última canción de su tercer disco: Nearly
Witches (Ever Since We Met…), una de esas canciones que no a muchos
emociona pero que a mí encanta por su concepto. Panic! salió del escenario,
pero sabíamos que esto aún no terminaba porque: 1) No podían irse sin dar las
gracias, o sea y 2) ¡falta el “hitazo”!
Las cosas se
hacen en orden, por favor. Regresaron con la primera canción de su cuarto
disco. “This is gospel for the fallen ones locked away in permanent slumber”.
Todo un emotivo himno entre sus seguidores. A mí esa canción me arranca
lágrimas y pude ver que, al menos, a la chica junto a mi lado, también.
Brendon volvió
a dirigirse a nosotros para decir que no tenían planeado tocar lo que iban a
tocar a continuación, pero que alguien les aventó esa playera y no pudieron
evitarlo. Mostró a la audiencia una playera gris con letras negras que decía “Positive
Hardcore Saturday” (hay que recordar que ese 28 fue sábado). “Ohportodosloscielos,
¡Síii!”, pensé (¿o grité?). “Positive Hardcore Thursday” es una broma de
Brendon en Vine, en la cual los jueves declama bellos mensajes positivos con
una agresiva voz gutural. No puedo plasmar en palabras la infinita alegría que
me causó escuchar a mi grupo favorito interpretar mi género predilecto. Si
escuchar a Panic! tocar Metal – y Metal del pesado – con Brendon cantando al estilo
gutural de Philip Labonte de All That Remains, no te hace reconocer lo
talentosos y polifacéticos que son estos muchachos, nada lo hará.
Y ahora sí, a
terminar con el éxito que puso a Panic! en el mapa: I Write Sins Not Tragedies. Está de sobra decir que todo el recinto
se sabía de memoria la letra, y que muchos de nosotros interpretamos la
historia que narra, con declamaciones corporales y todo, al igual que Brendon.
Fue como un viaje en el tiempo que no deseaba ver concluido.
Fue tan rápido
y mi cerebro aún no asimilaba la experiencia. Eran las 9:30. Me alejé un poco
del tumulto para hablarle por teléfono a mi familia. Les había dicho que
pasaran a recogerme a las 10 y –lamentablemente – todo terminó antes de lo
esperado. Contestó mi hermano: “¿Pues cuánto tiempo tocaron? ¿20 minutos?”,
dijo con sarcasmo. “Casi. Tocaron hora y media. Yo quería que durara tres
semanas”, le contesté.
Y así fue como
me tomó una semana y un día redactar la crónica del concierto al que siempre
soñé con asistir y al que sentí nunca le haría justicia con mis palabras.
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